lunes, 27 de febrero de 2012

De mundos privados y amores salvajes

El monólogo escrito junto al director Ezequiel Matzkin pone el foco en la vida de una mujer de campo que espera el regreso de un hombre. La obra habla de amor y soledad, pero también de saqueos económicos y culturales.
 
Por Cecilia Hopkins
Formada con Alejandro Zingman y Ricardo Bartis, Analía Sánchez debutó como actriz en 2001, en el montaje que el primero realizó de su propia obra, La virgen del lavadero. Cuatro años después, el personaje que le tocó interpretar en la recordada Un amor de Chajarí, de Alfredo Ramos (Ethel, la tullida musulmana), la consolidó en lo actoral. Recientemente, Sánchez estrenó Tu ausencia animal, monólogo escrito junto a su director, Ezequiel Matzkin. La obra puede verse los viernes a las 21, en el Teatro del Abasto (Humahuaca 3549), con escenografía de Daniela Martin y Laura Echegoyen, y fotografías proyectadas sobre telas, obra de Marcelo Solís y Diego Santos.
A pesar de haber egresado de la carrera de puesta en escena de la EMAD (Escuela Metropolitana de Arte Dramático), Sánchez tiene la certeza de que no va a dirigir nunca: “Sufro mucho al hacerlo y no tengo el don de tomar lo que me da un actor”, se lamenta en una entrevista con Página/12. Y asegura: “Lo que yo quiero es actuar”. Según cuenta, todo lo que ella dice no saber como directora sí pudo hacerlo Matzkin durante los ensayos de Tu ausencia animal: una vez que acordaron cuestiones básicas referidas a “un mundo particular, que tiene una lógica propia”, Sánchez se puso a improvisar y él, a escribir. En otra instancia, juntos fueron dándoles forma a los textos hasta concluir la dramaturgia, a partir de la cual el director asentó su trabajo.
Tu ausencia animal cuenta un día en la vida de Lina, mujer de campo que espera el regreso de su hombre en compañía de una perra y una gallina –la Shila y la Noelia–, presencias ausentes que le dan a la historia un costado humorístico. Lina está enamorada de Joe, un gringo que está de paso por el lugar, recolectando piezas óseas de interés arqueológico para venderlas en su país. Si bien esta historia de amor es salvaje, más por lo que se calla que por lo que se dice, la obra evoca la novela de Benito Lynch, El inglés de los güesos, de 1922. Pero hay otros puntos de partida para la creación de este mundo privado, que además del amor y la soledad habla del saqueo.
Tiempo atrás, Sánchez vio un documental realizado por la National Geographic sobre los llamados Niños de Llullaillaco, tres cuerpos conservados por el frío en un santuario de altura ubicado en la cima de ese volcán, en la provincia de Salta. Los niños llegaron allí para inmolarse, a modo de ofrenda ritual. “Fue raro lo que me pasó –cuenta la actriz–, porque por un lado estaba agradecida por haber visto el documental y, por otro, me enojó pensar que esa expedición científica significaba también una profanación de tumbas.” Su profesor de Antropología Teatral, Ricardo Santillán Güemes, le aportó datos menos conocidos. Según asegura el especialista, los científicos iban a llevarse los cuerpos a su país con el consentimiento del entonces gobernador Romero, cosa que finalmente no sucedió porque se pensó que sería más redituable exhibirlos en la provincia, motivo por el cual se fundó el actual MAM, Museo de Arqueología de Alta Montaña.
–¿En qué consiste crear mundos con lógica propia?
–Lina es un personaje raro: no es urbano, ni habla con el estilo coloquial de ahora. Tampoco es india o criolla. Con Bartis aprendí a no ir hacia ningún prototipo, para evitar la imitación.
–¿Qué tomó de la novela de Lynch?
–Quedaron varias cosas. Especialmente la relación unilateral que se da entre los dos personajes. Balbina se enoja con el inglés por motivos que él desconoce, y acá sucede lo mismo. También quedó el personaje del pretendiente (Santos Telmo, en la novela), tercero en discordia que nosotros transformamos en el personaje de Ayala. También quedó el personaje de Sacanana, la curandera que intenta hacer algo por Balbina porque está enferma de amor.
–En la obra se alude a formas de vaciamiento cultural...
–Al decir que Tu ausencia animal habla del saqueo, implica lo que yo llamaría saqueos a “gran escala”, es decir de la colonización que aprovechó la condición de “inferioridad” de los aborígenes para llevarse ilegalmente desde oro y plata hasta seres humanos.
–¿No habla también de otros saqueos?
–No lo hace en forma literal, pero se puede entender que habla de la explotación de recursos naturales por parte de capitales internacionales, de la compra de inmensas extensiones de tierra por parte de potentados extranjeros, de los bosques talados para plantar soja para exportación. Pero también podríamos hablar de los “pequeños saqueos” y de los “autosaqueos”.
–¿A qué se refiere?
–A las modificaciones en la conducta cotidiana, a la pérdida de lo tradicional. Por ejemplo, ahora las galletitas son cookies. Veo con qué naturalidad avasallante cadenas de comida rápida y cafeterías se instalan en nuestras costumbres sin haber de por medio una mínima legislación que obligue a estas multinacionales a incluir en sus menús una bebida o plato típicamente local. Es fundamental conocer nuestras tradiciones y costumbres para luego respetarlas, quererlas, recuperarlas y protegerlas. Esta cadena tiene un único hilo conductor: la educación.
–¿A qué llama “autosaqueos”?
–La Argentina es sinónimo de buena carne, pero disfrutar ahora de un rico asado es para pocos. La mejor carne se exporta, las mejores frutas y verduras, lo mismo. Científicos argentinos reciben interesantes propuestas laborales del exterior y ni qué hablar de los deportistas. Por otro lado, la apropiación de bebés también es un ejemplo de autosaqueo.

viernes, 17 de febrero de 2012

Crítica de LA NACIÓN

Sentada sobre un montículo de tierra, Lina confiesa sus desventuras. Su vestuario se integra de tal manera a la tierra que parece una voz ancestral que la Pachamama expulsa para que dé testimonio de su desesperanza. Una india que mezcla el español con el quechua y, de a ratos, su lenguaje se mimetiza con alguna mala pronunciación inglesa.
Lina tiene un mundo pequeño. Un hábitat natural, pobre, desprotegido, y la compañía de una perra y una gallina . Las trata como a hijas desobedientes que necesita imperiosamente para completar algún cuadro familiar que la contenga.
Durante un tiempo fue compañera de un investigador extranjero, de esos que han llegado a estas tierras a robar los huesos de sus ancestros, para catalogarlos y seguramente exponerlos como trofeos de caza en algún museo del exterior. Pero ha desaparecido y la mujer parece no tener consuelo, aunque él haya violado parte de su tradición. En verdad, su amor por ese hombre ha sido mucho y, aunque lo disfrace repitiendo anécdotas que promueven una sonrisa, esa ausencia la ha marcado con fuerza.
Sigue esperándolo, revuelve la tierra para ver si encuentra su cuerpo y guarda una caja que ha pertenecido al inmigrante, con tanto respeto que ni siquiera se anima a abrirla. Entender su muerte le provoca fastidio y aceptarla sería el fin de su existencia.
Analía Sánchez construye minuciosamente a esa criatura que por momentos posee una vitalidad muy significativa y, por otros, parece una sombra espectral que revive parte de una historia personal -y mucho de una historia latinoamericana- signada por la convivencia nefasta entre hombres y mujeres pertenecientes a pueblos originarios con conquistadores apropiadores de sus culturas. Sánchez confía mucho en ese cuadro de naturaleza casi muerta con el que convive y sabe extraer de él los elementos necesarios para hacer que su narración resulte provocadora, tierna y hasta delirante.
Guiada por una dirección sumamente ajustada de Ezequiel Matzkin, que no descuida nunca el ritmo de un relato íntimo y que llega a la platea con suma fluidez y con potentes imágenes, ese mundo se completa con una inquietante escenografía y un simbólico vestuario.
Por  Carlos Pacheco  | LA NACION

martes, 14 de febrero de 2012

Crítica Puesta en Escena

Analía Sánchez y Ezequiel Matzkin se juegan con un unipersonal lleno de perversiones que hacen a una reflexión precisa y sustanciosa de la historia.
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"Las penas y las vaquitas,
Se van por la misma senda,
Las penas son de nosotros,
Las vaquitas son ajenas"

Atahualpa Yupanki

En un ranchito desolado donde intuimos que el sol raja la tierra y agrieta soledades, Lina comanda su pequeña tropa junto a Shila y Noelia, perra y gallina que serán compañía inmejorable de sus travesías.
Que bien se las puede imaginar haciendo sus tareas, compartiendo avistajes de estrellas y aunando fuerzas contra el miedo a la tormenta.
Una mujer ensimismada en la soledad de las piedras recupera en voz alta aventuras de sus días junto a La Shaila y la Noelia que intervienen en el silencio del día con hocicadas y diabluras.
Las palabras de Lina en boca de Analía Sánchez son puertas que conducen a otro espacio-tiempo, donde es posible ver en detalle todo lo que ese sol inunda, los recuerdos, las grietas y el olor posible de aquella ranchada.
Lo que comienza con un relato ancestral se va volviendo poco a poco a extrañar y el espectador comienza a develar el trasfondo de las travesías gauchas de esta mujer solitaria.
El hostigamiento cruel que esconde esa soledad infinita, el extranjero gringo que la explota y somete a trabajar la tierra deshojando horas bajo sol.
El texto es impecable y su tratamiento que desanda lo siniestro permite sorprenderse y tener en vilo al espectador que en el silencio de la sala se muestra atento y acompañando cada momento del relato.
El juego perverso del conquistador, del que llega para quedarse sin permiso.
La sabiduría mítica saqueada por la viveza de un extraño que vende espejitos de colores.
Todo se trastoca, el amor confundió lo poco que había y ahora  esta mujer  devastada aguarda sin refugio que aquella bestia regrese.
Analía Sánchez tiene la agudeza de una actriz vibrante y actual. Conduce la escena sin pedir permiso, convirtiéndose en una actuación memorable.
Tu ausencia animal es no saber que hacer con tanta libertad, es la compañía brutal y arrasante que ha dejado la marca cruel en la piel, que no deja sombra posible.
El clamor de la tierra que augura por un tiempo mejor, la voz de los oprimidos en la confusión de revelarse en voz baja.
 por Julia Laurent

lunes, 13 de febrero de 2012

Crítica por Daniel Gaguine

La palabra “animal”, según el diccionario, habla tanto de “un ser vivo dotado de capacidad de movimiento y sensibilidad” asi como de “la parte irracional de la persona”. Y allí está ella, de nombre Lina, que está sentada y sola. Justo en una parte medio de un desierto que incluiría esos dos campos etimológicos. Espera pero ¿qué espera? En medio de la aridez de una extensidad seca y árida, donde el sol golpea con sus rayos, Lina se para digna frente a su destino. Solo cuenta con la compañía de la Shila y la Noelia, quienes serán sus interlocutores en medio de su desvarío confesional. Lina relata los pormenores de una vida, que puede ser la de cualquiera de nosotros pero con la particularidad de ser personal y con el tinte trágico/poético que le imprime el protagonista de la misma. Allí, Analía Sánchez le pone todo el cuerpo y alma mientras espera a que él vuelva, después de una desaparición repentina. Su rutina sigue intacta, con la esperanza del que espera y el dolor de la ausencia arrancada sin aviso previo. Impertérrita por fuera, pero con algunas grietas en su armadura que deja ver, Sánchez creó una Lina querible y salvaje en pociones similares con las que pasa, en un instante, con naturalidad y versatilidad, de la risa franca a esa melancólica tristeza, que es la que peor golpea.
La escenografía, junto con la iluminación logra crear ese ambiente inhóspito en el que Lina se convierte en ama y señora, sin un rey a su lado que la ayude a mantener el orden del lugar. El texto cuenta con momentos de intensidad dramática en los que la presencia de Analía Sánchez logra plasmar en su justa medida, con una notable actuación.
“Tu ausencia animal” indaga desde una cruel soledad, los distintos vericuetos del alma humana ante la falta y sus formas de seguir adelante.

sábado, 11 de febrero de 2012

Crítica por Meche Martinez

La recreación escenográfica de una llanura, sumada al avanzado recurso de multimedia para recrear espacios, ambientan esta historia llamada “Tu ausencia animal” que protagoniza Analía Sánchez, virtuosa y deslumbrante, quien sostiene en 50 minutos, no solo un monólogo ejemplar, sino un cuento visual hablado excepcionalmente. Lina frente a un destino incierto, atrapada en una inmensa nada casi abismal, en campos enormes y desérticos, enganchada en la inocencia del que tiene poco y todo es valioso para su vida… La sencillez y la simpleza potencia un estado, que muestra a personajes rondando en la ausencia, y esa ausencia es muy presente, dibujándose figuras claramente identificables gracias a una actuación sublime. Un texto brillante (Sánchez –Ezequiel Matzkin) , pleno de guiños y poesía, “todo lo que desaparece súbitamente, se duela detenidamente”. Abrazada a la cotidianidad y sin quejarse porque es su mundo, se revuelca en una historia sórdida y extraña, pero claramente absorbida por aquello que quiere suceda dentro de su simpleza y sus rarezas, las típicas rarezas de un lugar que no se sabe qué es, pero es su lugar y en él convive perfecto. Para ella es un día más, pero en el espectador que se sienta a ver algo bien diferente, no solo lo disfruta sino que luego, queda pensando en el mundo de Lina y en su propio mundo. ¡Para ver! 
(Meche Martínez) 



domingo, 5 de febrero de 2012

Critica

TU AUSENCIA ANIMAL
por JORGE PAOLANTONIO
                 
       Analía Sanchez-Ezequiel Matzkin han pergeñado un texto que podría transcurrir en la barda pampeana o sobre los jasis belenistos. El lugar y su aridez son solo referentes. La anécdota -cuya entidad se descuelga de predadores arqueológicos y otras gringadas- sirve para iluminar la añoranza y la resistencia de una lugareña flanqueada por soledades inhóspitas, sed, hambre, perra y gallina. Ella lucha y comparte su nada con “la Shila” y “la Noelia” que invariablemente ponen color a ciertos grises argumentales. Hay toques de humor directo pero también una sutil manera de revertir la animalidad. Una especie de dominó jugado con piezas multiformes.   
          La acción está siempre en el peso de lo deslizado. Desde el esqueleto de un mastodonte fósil hasta el hallazgo de un inesperado filón a explotar, todo cabe en la codicia del invasor. No hay ampulosidad. Más bien una sabia administración del discurso. El monólogo se interna por vericuetos donde los latinazgos hacen un delicioso puré con neologismos, vocablos, tonada y modismos litoraleños y la riqueza de una psicología de sobremesa. El “paniatá” [panic attack] rivaliza en gracia con los consejos de Curanana, manosanta local.  
        Entre una multiplicidad de resonancias, es la violencia de género la que surge con fuerza entre los pliegues del manto que intenta fosilizar a esta anti-heroína. Al animal ausente le corresponde otro animal que implícitamente está bordado con una rústica ternura. Brilla en su desdicha. Y opone una miedosa resistencia a los molinos de viento: helicópteros que traen y llevan avaricia y felicidad declamada. Hay risas, sonrisas y muecas. Hay alegato. Hay sustento teatral. Hay una labor actoral que sobresale: se llama Analía Sánchez. 
 

jueves, 2 de febrero de 2012

Crítica de Verónica Escalante

Quisiera vivir el tiempo de tu ausencia como animal salvaje que se arrastra sin sombra, compañero inseparable de una tierra ardiente.”

Tu ausencia animal es la historia de una espera inútil que, sin embargo, es ejercida con ahínco, minuciosidad y disciplina. Lina encarna la peor de las esperas que es la espera de lo imposible: el regreso de Shou, a quien creen muerto aunque ella lo niegue.

“Sólo muere lo que olvidas” parece decirnos esta salvaje mujer que, durante aproximadamente cuarenta minutos que son su presente y realidad cotidiana, intenta mantener vivo el recuerdo del hombre que amó de modo inexplicable (¿cuándo nos cabe explicar el amor?).

Lina me agrada por terca, por brutal e irracional. Cualquier ser humano podría tildarla de enferma, de loca porque persistir en un deseo vedado que la condena y la aísla. Cualquiera seguiría su vida, se haría el tonto aunque un amor le cale hondo hasta los huesos. Pero ella se afirma en un sentimiento imperecedero, a pesar del maltrato y la violencia ejercida, y allí, pienso, es donde radica su esencia animal. Sólo la Shila y la Noelia (perra y gallina que no aparecen en escena pero persisten en la interpelación constante de la protagonista) pueden, entonces, acompañarla en este estar y permanecer en la espera del ausente. Con ellas comparte los celos, también irracionales, la bronca y la simpleza.

Simpleza que notamos también en el lenguaje del texto que encierra, no obstante, una enorme belleza poética y una complejidad temática subyacente que puede disparar diversas lecturas: más allá del amor animal, aparecen de soslayo temas como la violencia de género, la expropiación de cierto patrimonio cultural, la desaparición, la impunidad y seguramente tantos otros que ustedes podrán registrar.
Tu ausencia animal nos gustó mucho porque ese bello texto es llevado a escena por la excelente actuación de Analía Sánchez. Ponerle el cuerpo a un unipersonal es siempre una tarea difícil y ella consigue salir airosa y cautivar la atención del público durante toda la función; su manejo del vaivén entre la tensión dramática y los momentos de relajación, marcados por la risa, resulta sorprendente tanto como su potente presencia en escena.

Tu ausencia animal es un imperdible de la escena porteña alternativa actual porque es una realización de calidad que demuestra que muchas veces la inteligencia y la sensibilidad artística valen más que grandes sumas de dinero.
Para Leedor.com

viernes, 27 de enero de 2012